- El 31 de mayo de 1962 falleció la compositora Graciela Olmos.
Su nombre real es Marina Ahedo; una vida difícil siempre la acompaño, pero siete Leguas de corridos nunca la olvidarían, supo codearse y complacer a lo más selecto de la familia revolucionaria: políticos, caudillos, caciques, artistas e intelectuales.
No había personaje de la vida política nacional o del mundo del espectáculo, periodistas, toreros, y gente de la alta sociedad capitalina que a mediados del siglo XX no conociera a Graciela Olmos, la famosa “Bandida”, y mucho menos que no hubiera asistido a su burdel de la calle de Durango, en la colonia Condesa, uno de los más concurridos del México posrevolucionario, lugar propicio para la bohemia y el sexo.
Con su lucrativo negocio y con todo lo que veía cotidianamente dentro de las cuatro paredes de su burdel se ganó la amistad y confianza de buena parte de sus clientes -también de granjeó la enemistad de no pocos hombres-. Su paraíso terrenal era frecuentado por personajes como Alemán, Ruiz Cortines o López Mateos; líderes obreros como Fidel Velázquez o Fernando Amilpa; artistas de la talla de Agustín Lara, Pedro Vargas, Marco Antonio Muñiz o Álvaro Carrillo –además de que tríos como Los Panchos, Los Tres Ases y Los Diamantes amenizaban las noches-; intelectuales como Pablo Neruda, Diego Rivera, Octavio Paz, Juan Soriano o José Vasconcelos, entre muchos otros. En una ocasión, la Bandida –quien no cantaba mal las rancheras y además era compositora- le dedicó el corrido “7 leguas” de su autoría, al otrora secretario de educación Pública. Al terminar su interpretación, Vasconcelos le dijo: “¡Mira, Bandida, tú has hecho más por México con el ‘Siete Leguas’, que Lázaro Cárdenas con la expropiación Petrolera!”
“Durango 247 estaba siempre lleno de muchachas, todas jóvenes, algunas guapas –escribió Carlos Tello Díaz en su obra Historias del olvido-, que permanecían allí sin variar, hasta las dos de la mañana. Iban vestidas con traje de noche. Los clientes las conocían por sus apodos: la Barca, la China, la Gema, la Torta, la Lunares, la Yuca, la Campana (‘una que tocaba todo el mundo’). Algunas eran extranjeras, cubanas sobre todo, como la Chiquis y la Degenerada”.Con una vida turbulenta, Graciela había pasado del amor espontáneo, libre y desinteresado en su juventud –el de los cuentos de hadas- a la venta de su amor en los expendios de pasión y finalmente a ofrecer también el amor de otras mujeres que engrosaban las filas de su próspero negocio y a quienes procuraba educar y preparar.